domingo, 5 de febrero de 2012

Homenaje a Ramón Gómez de la Serna, por el maestro Paco Rodriguez



GREGUERIAS
Ramón Gómez de la Serna

( Selección de Francisco Rodríguez )

INTRODUCCION

Todos, unos más y otros menos, siempre hemos sabido de la existencia de esta obra de D. Ramón Gómez de la Serna (Madrid 1888- Buenos Aires 1963).
Debo confesar públicamente que hasta hace un año no he realizado una lectura completa y a conciencia de ella. Siempre tuve una idea muy superficial sobre tal creación. Superficial en el sentido de ser de un estilo literario menor. ‘Mea culpa’. Nada más lejos de la realidad.
Coincidiendo con un viaje que hice el año pasado a Córdoba, incluí el libro en mi equipaje. Y hete aquí que ante mí aparecen desgranadas por las páginas pequeñas frases de una carga poética de notable categoría mezcladas entre otras con gran carga de ironía e ingenio.
La ‘greguería’ es un género literario original del autor, a medio camino entre el aforismo y la metáfora, entre la crítica y el humor.

He querido en esta selección agrupar aquellas que –para mí- contienen el sentido poético puro, puesto que son cada una de ellas perlas de una belleza y profundidad admirables.
El hecho de su lectura reposada estoy seguro que originará en el lector motivos numerosos para la reflexión, debiendo para ello apartar la mirada del papel y - mirando hacia la nada - asimilar en pequeños sorbos esas gotas de infinita sabiduría que una personalidad como la de Don Ramón fue capaz de legarnos.

PACO RODRIGUEZ




Lejanas velas como servilletas en las copas del banquete del mar.

La curiosidad del cielo por ver la tierra abre muchas veces el nublado.

En los sauces están los flecos del manto del cielo.

Ningún ejemplo del arte por el arte como la flor.

Cuando el viento cimbrea mucho a los chopos parecen plumas que escriben.

Las gaviotas son la posdata del barco.

El poeta se alimenta con galletas de luna.

La lluvia que vemos caer por los cristales son nuestras propias lágrimas magnificadas.

En la almohada está lanificada el hada de los sueños.

La mano que pide limosna muestra sin rubor las líneas de un destino aciago.

Los puentes civilizan los rios.


Las estrellas están tan deslumbradas por su luz que no pueden verse unas a otras.

Cerraba los ojos cuando oía las palabras de amor como si las proyectase en el fondo de su corazón y así las probase.

Al atardecer pasa en vuelo rápido una paloma que lleva la llave con que cerrar el dia.

Al tener en la mano una delicada mano de mujer se ve que está hecha de anillos interiores, de blandas sortijas que no se ven.

El humo es la prestidigitación del fuego.

Los ojos de las estatuas lloran su inmortalidad.

Cuando baja la marea parece que vamos a ver los pies de las sirenas.

La prisa es lo que nos lleva a la muerte.

El tambor es la alcancía de los redobles.

El que sabe dormir es el que se entremete la almohada y la mandíbula como si fuese el violín de los sueños.


Las golondrinas llenan de firmas el pergamino del cielo en homenaje del buen tiempo.

La serpiente es la rúbrica del paisaje.

Hay unas rosas color sangre que parecen haberse herido con sus propias espinas.

El dia en que se encuentre un beso fósil se sabrá si el amor existió en la época cuaternaria.

El sueño es un depósito de objetos extraviados.

El sauce toca el arpa en el agua.

El soplo del alma abombaba apenas sus senos.

Al mar le gusta la impunidad y por eso borra toda huella en la playa.

¿Qué es la ilusión? Un suspiro de la fantasía.

Las costillas son la lira íntima del poeta.

En el color del agua del rio o del mar se conoce la intención del tiempo como en el espejo de la anticipación de lo infinito que pasa.

Las gotas de rocío son unas lágrimas anticipadas por lo efímero que es el dia que nace.

El perfume es el eco de las flores.

Lo que más le duele al árbol de los hachazos es que el hacha tenga mango de palo.

No hay electricista de teatro que gradúe la luz como el graduador del amanecer.

Cuando en trenes o barcos nos llaman ‘pasajeros’ sentimos la tristeza de la efimeridad.

La luna es el epitafio en blanco.

El orgulloso cisne parecía llevar debajo del ala la carpeta de sus poesías.

La serenidad es la más bella corbata del hombre.

La arpista toca la música de los telares de los tapices.

Volaban tantas palomas que el cielo parecía flordelisado.

La guadaña que siega la hierba se mueve al compás del vals de la muerte.

No acordarse de que se viene de no se sabe dónde y se va a no se sabe cuándo: eso es vivir.

Pon un anillo de oro a la idea y la harás tuya.

No hay nada más conmovedor que la risa de una mujer bella que ha llorado mucho.

En cada dia amanece todo el tiempo.

El cielo es cama de estrellas para el pensamiento.

La araña es la zurcidora del aire.

El pañuelo de seda es el adiós de una caricia.

Cuando asomados a la ventanilla echa a andar el tren robamos adioses que no eran para nosotros.

Nostalgia: neuralgia de los recuerdos.

Ese cristal que brilla con vivo destello en la casa que mira a poniente es el monóculo de la ciudad mirando el ocaso.

Pan’ es palabra tan breve para que podamos pedirlo con urgencia.

Unid todas las estrellas con líneas de lápiz luminoso y resultará la silueta de Dios.

La arquitectura de la nieve es siempre de estilo gótico.

A través de la verja del jardín nocturno nos alargaban las manos las magnolias.

El tiempo no tiene peso, porque si gravitase sobre los hombres ya todos estarían aplastados.

Los colchones de borra están hechos con la pelusa que lleva la vida en los bolsillos.

Las guitarras de las casas de préstamos tienen como una honda tristeza, y parecen ser tocadas por su silencio. Resuena dentro de su agujero del corazón la más triste ‘soleá’, la que canta la ausencia de la casa en que eran sonadas, de la casa en que no tuvieron más remedio que empeñarlas.

El que está en Venecia es el engañado que cree estar en Venecia. El que sueña con Venecia es el que está en Venecia.

El arroyo trae al valle las murmuraciones de la montaña.

Lo peor de la ambición es que no sabe bien lo que quiere.

La navaja del tiempo corta la soga.

El sueño es un pequeño adelanto que nos hace la muerte para que nos sea más fácil pasar la vida.

Basta decir ‘cornamusa’ para que suene la ‘cornamusa’ con ese son prolongado y elegíaco que llena los valles y los boques… Eso de ‘cornamusa’ levanta una melanco- lía extraña llena de ecos.

El alba riega las calles con el polvo de los siglos.

En el otoño todo el campo está lleno de olor de adioses.

A la estrella llena de sueño se la ve cerrar los ojos.

La mirada felina de los tornillos”.

Las gaviotas nacieron de los pañuelos que dicen ¡adiós! en los puertos.

¿Oyes ese olor? Dijo ella en el jardín.

Las estatuas de mármol se ruborizan en los ocasos.

En los bancos de estación es donde reflexionamos mejor y se ve la vida que va y viene, estando sentados entre el presente y el porvenir.

El tranvía aprovecha las curvas para llorar.

Hay una nubecilla en el cielo plenilunar que es como el pañuelo que ha pedido la luna para limpiarse la nariz.

La vida tiene miedo a morir de miedo a morir.

Las estrellas viven con tan gran holgura porque saben la cortesía suprema que es guardar las distancias.

Hay una campana que suena al alba y que no está en ningún campanario.

Cuando el alba se enhebra en el ojo del campanario, queda cosido el nuevo dia al pueblo.

La sensación al andar sobre la nieve es que se hunden los pies en pozos que dan al más allá.

Nos acordamos de cosas de las que no nos acordamos nosotros, sino lo que nos rodea.

Damos el reloj al niño para que aprenda la noción más terrible de la vida que es la del efímero tiempo y nos choca que lo estrelle contra el suelo indignado.

La nieve dota de papel de escribir a todo el paisaje.

En la colilla del lápiz quedan las mejores ideas.

Nadie muere de sus lágrimas, más que la vela.

Por los ojos nos vamos de la vida.

En el algodón retoña la barba blanca de la experiencia de la tierra.

Da miedo cuando se oye eso del ‘torbellino de las pasiones’, como si una riada, rizada en encrespaduras, nos pudiese llevar por delante.

En el correr del agua de la fuente hay una lección humilde, resignada y elocuente, que nadie quiere oir.

La mujer tiene en las piernas el ahorro de su inconsciencia.

En la noche helada cicatrizan todos los charcos.

Las Venus antiguas nos sonríen desde el cuarto de baño de la inmortalidad.

El volante del automóvil es el atril en que va abierta la novela del viaje.

Hay suspiros que comunican la vida con la muerte.

En la Vía Láctea se agolpa el polvo fulgurante que levantaron en su camino las carrozas de los grandes mitos.

El péndulo del reloj acuna las horas.

El disco es la ondulación permanente de la música.

Las estrellas telegrafían temblores.

Los labios lívidos del viento”.

La gran ventaja humana, el gran privilegio del ser humano, es vivir el ahora como el siempre.

El periódico atrasado que sirve de fondo a un cajón guarda en conserva un antiguo dia y leemos sus noticias como si fueran noticias que hubiésemos ahorrado.

Las hojas que caen son participaciones que el otoño nos regala para su rifa.

El ancla es la inicial del pañuelo del mar.

Las hojas secas preparan la tila del otoño.

Lo único verdadero que se puede ser en la vida es un admirador de Dios.

El lunar es el punto final del poema de la belleza.

En la tinta china está el luto del Arte.

Los muebles con carcoma adquieren oído y oyen hasta lo que dice el silencio.

En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado.

En la tormenta se ve al Profesor Supremo escribiendo y borrando cálculos eléctricos en la pizarra del cielo.

Los calcetines metidos en los zapatitos del niño que duerme son como las orugas de sus sueños.

Cuando se admira la impasibilidad de las estatuas es cuando después de un tiroteo se ve que aún están en su pedestal.

El abanico es celosía del corazón.

Al limpiar con el pañuelo las gafas parece que sus cristales hubiesen llorado ante el espectáculo de la vida.

En la cajas de lápices guardan sus sueños los niños.

En lo cipreses retoñan los palos de los navíos náufragos.

Un país donde los que juegan al toro siempre encuentran quien haga de toro es un país paradójico progresivo.

No confiéis demasiado en vuestro propio corazón, porque él os fallará en definitiva.

El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero.

Cuando el banderillero y el toro se citan, queda en suspenso una única cuestión: quién clavará a quién.

El reloj no existe en las horas felices.

Si la realidad es apariencia, resulta que la apariencia es la realidad, eso si no es la realidad la apariencia de la irrealidad.

La luna a veces está ojerosa, tan ojerosa, que se trasluce sobre el azul.

La lluvia es triste porque nos recuerda cuando fuimos peces.

El coleccionista de sellos se cartea con el pasado.

Lo que suena en las caracolas es lo llena de ausencia que están.

La primavera tiene saldo de vientos, retales del invierno.

El mármol sabe esperar su estatua durante siglos.

El desierto es la patria de los puntos suspensivos.

¿No será la luna la tapadera engañosa de la caja de betún de la noche?

Cuando un hombre muere, sus ideas quedan archivadas; pero se pierde la llave del archivo y el archivo.

Volaba el visillo, en aquella ventana de cristal roto, como una bandera, y otras veces como una blusa con senos.

El que llora de risa compromete a la risa y al llanto.

Mataba el tiempo vengándose de antemano de lo que el tiempo iba a hacer con él.

Cuando se llena el cielo de madejas oscuras, pronto se teje el chaleco fantástico de la tormenta.

La luna es el espejo de la experiencia de los siglos.

La historia es un pretexto para seguir equivocando a la humanidad.

El viento es el correo amoroso de las flores.

El río sigue sin faltar ni un dia a su curso hasta doctorarse en el mar.

Colgó tantos guantes de la cuerda que pareció tender una ovación de aplausos.

El espejo es la guillotina de la odisea del espacio.

Es tan inédita la muerte que el que va a morir inaugura la muerte como el primer muerto.

Los helechos son las pestañas del tiempo pasado.

La cascada fue una sorpresa del agua al encontrarse cortado el camino.

En la vida no estamos más que haciendo tiempo para ir al museo de los huesos.

El corazón de la alcachofa está envuelto en sus cartas de amor.

El Coliseo en ruinas es como una taza rota del desayuno de los siglos.

Los cactus son las perchas para los sombreros del viento.

Las mariposas van tocando en las flores el teclado de su impaciencia.

Los besos son las comas del idilio.

El otoño es una primavera a la que se le caen las hojas.

La ceniza desinfecta las heridas del tiempo.

El relámpago es la rúbrica nerviosa de Dios.

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